lunes, 14 de diciembre de 2015

Te juré que seguiría tus pasos por ser más firmes que los míos.
Pensé que de esta manera siempre iríamos juntos a cualquier parte. Siempre seguiríamos el mismo camino, con el mismo objetivo, a la misma velocidad...
Me quité mis zapatos llenos de prejuicios y de pasado; aquellos que me habían acompañado años al caminar por frías calles dando tumbos sin un rumbo fijo. Aquello que me habían hecho tropezar demasiadas veces y que tenían las suelas llenas de porquería que me hacían arrastrar los pies por el mundo para poder verte sin las alturas de los problemas que nos plantea la vida.
Me puse tus zapatos que, aunque me estaban grandes y a veces me hacían heridas, me permitirían bailar contigo no una noche ni una mera canción: sino bailar contigo el baile de nuestra vida al son de nuestra propia melodía.
Pero me quitaste los zapatos porque los necesitabas tú para andar por otro lugar y además no quisiste verme bailar. Decías que las cosas así te daban vergüenza, que algún día debería madurar. Que el vitalismo es una lacra y yo una especie de desquiciada que se muere por balancearse al son de la vida.

Aún así, te sigo esperando en nuestro estudio. Aquél estudio que era nuestro refugio. Aquél que aunque viejo y abandonado, constituía un mundo en el que se me permitía perfeccionar cada paso de mi vida montada en tus zapatos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario