viernes, 9 de noviembre de 2012

G.

Hacía frío, viento y llovía. Como en cualquier otra noche de otoño en este pequeño pueblecito de Milano. Como dos niños pequeños nos reíamos en las escaleras de un cálido portal. De vez en cuando incluso esquivábamos nuestras propias miradas presos de la inocente vergüenza que nos daba. Ambos sabíamos lo que pasaba; pero no lo que iba a pasar. Al menos yo. Entre risas y pequeñas anécdotas llegó la hora de que te fueses a casa y con la mayor ilusión, me abrazaste para despedirte.
El beso que me diste en la mejilla lentamente se fue deslizando hacia mi temblorosa e intacta boca. Y entonces me hiciste sentir bien. Me hiciste sentir segura.
Me hichiste sentir viva. Esa sonrisa pícara que se nos marcó en el rostro nos delató.
Ya no había vuelta atrás. No íbamos a poder seguir disimulando que nosotros ya no éramos amigos. No simplemente amigos. Y lo decidimos los dos.
Ese día marcó un antes y un después en la historia; en nuestra historia.
Tú y yo estábamos juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario